Desde hace siglos las joyas han sido un símbolo de estatus y riqueza. La RAE define la palabra “joya” como “Adorno de oro, plata o platino, con perlas o piedras preciosas o sin ellas”, lo que ya delimita los materiales que pueden ser empleados en ellas. Sin embargo, a lo largo de la historia se han empleado elementos que, en su momento, fueron valiosos por su rareza y/o su belleza, lo que podría encajar en otra de las definiciones de “joya”: “Cosa o persona ponderada, de mucha valía”.
La joyería egipcia se caracteriza por el uso de los metales nobles y las piedras preciosas, representando el concepto de "joya" más extendido. Las piezas elaboradas por esta cultura destacaban no solo por su belleza, sino por el significado que acompañaba a cada diseño. Por ejemplo, el famoso escarabajo representaba protección, las tiaras con gacelas indicaban que la portadora pertenecía al harén real, y las que mostraban un buitre estaban reservadas a la esposa real o al Faraón, al igual que la cabeza de cobra.

La simbología no se detenía en las representaciones del diseño, también el color era importante. Se sabe que para los egipcios el azul oscuro representaba el cielo nocturno, el verde el nacimiento y la resurrección, el rojo la sangre, la energía y la vida. Es posible que la elección de los materiales pudiera obedecer al deseo de reforzar el significado que los símbolos empleados en sus diseños, si bien también puede obedecer a razones de disponibilidad o simple apariencia estética. Así, el uso de gemas era del todo conveniente, ya que cada una aportaba un color que reforzaba la simbología de la pieza. Es habitual ver lapislázuli, cornalina, ágata o turquesa en muchas piezas. Sin embargo, hubo épocas en las que el acceso a determinados materiales escaseaba debido a su origen o lejanía; por ejemplo, el lapislázuli que empleaban procedía de Afganistán. Los egipcios optaron por incorporar fayenza o loza teñida, así como vidrio, a sus joyas, manteniendo el uso del color independientemente del origen de los materiales.

También los aztecas combinaron el uso de materiales distintos, en su caso metales preciosos y gemas con plumas. Las plumas eran objetos importantes: se consideraba que quienes las usaban estaban relacionados con la divinidad. Y es que también se empleaban para representar a los dioses Mexica: Quetzalcóatl, dios del viento, como una serpiente recubierta de plumas de quetzal, o Huitzilopochtli, dios de la guerra, como un colibrí. Destaca el Penacho de Moctezuma, el único ornamento de este tipo que aún se conserva, ahora albergado en Museum für Volkerkunde de Viena: se trataba de un objeto extraordinario, hecho con plumas de quetzal entretejidas.

A lo largo de los siglos posteriores, el uso de metales y gemas preciosas fueron una constante entre las clases más poderosas e influyentes. Su uso dependió en gran medida de modas, que a su vez respondían a la disponibilidad de materiales: por ejemplo, en el siglo XVI el uso de perlas se dispara, incluyéndose hasta en los atuendos, cosidas a los vestidos. Tal fue la demanda de perlas, que la reina Isabel I se vio obligada a comprar algunas de imitación.

El siglo XVII también fue testigo del aumento de la demanda de diamantes, provocado en gran medida por el establecimiento de rutas comerciales que podían satisfacer dicha demanda. La investigación en el ámbito de la talla, liderada por el cardenal Mazarino, por fin logró que estas valiosas gemas empezaran a brillar en todo su esplendor. Esta demanda se mantuvo durante el siglo siguiente, con la aparición de la talla brillante, atribuida al italiano Vicenzo Peruzzi.
Sin embargo, también otros materiales o técnicas, como el esmalte, el vidrio o el cuerno de narval (que se creía de unicornio), han estado presentes en diferentes épocas históricas.
Fabricación de nuevos materiales empleados en joyería
En 1670 el londinense George Ravenscroft, dueño de la Savory Glass House en Londres, descubrió un método para producir un vidrio con óxido de plomo que tenía un índice de refracción mucho más alto que el de otros materiales tradicionales, suficientemente duro como para ser tallado. Unas décadas más tarde fue Georges-Frédéric Strass quien halló un nuevo cristal más duro, conocido desde entonces como strass. En Venecia y Bohemia también se fabricaron piedras de imitación, con una variedad de colores que dependían del óxido añadido. Además, se introdujo el uso de la pirita y el cristal de roca facetado para imitar al diamante.
En el área de los metales también existieron avances novedosos. El uso del oro y la plata seguía siendo exclusivo de las clases más pudientes, por lo que un relojero inglés llamado Christopher Pinchbeck desarrolló una nueva aleación compuesta en un 17% de cinc y en un 83% de cobre, llamada similor. Su color dorado emulaba bastante bien al oro, siendo valorado también por su precio y maleabilidad.

La Revolución Industrial viene ligada, de forma indiscutible, al uso del acero. Los trabajadores del acero, que tradicionalmente habían fabricado espadas y cajas, se dieron cuenta de que el acero, pulido en facetas, podía tener un brillo metálico parecido al de la pirita. Aunque el origen de este tipo de trabajos está en Tula (Rusia), en época de Catalina II, los talleres más famosos estaban ubicados en Woodstock, un pequeño pueblo en las afueras de Oxford. El acero comenzó a ponerse de moda también en Francia, por lo que Monsieur Granchez, el joyero de María Antonieta, abrió una tienda, en la que los elevados precios que asignaba a su género provocaron que la nobleza también se interesara por este tipo de artículos; por ejemplo, Napoléon, cuando contrajo matrimonio con María Luisa de Austria, encargó para ella una parure de acero.

En 1775, un burgués llamado Matthew Boulton abrió su taller en Birmingham. Para entonces, los objetos de acero eran la mayor industria exportadora de Inglaterra para Europa e incluso América. Boulton se asoció con Josiah Wedgwood, quien producía camafeos baratos con un tipo de cerámica denominada por él como “jasper ware”, con objeto de incorporarlos en la joyería en acero.

El hierro también tuvo su época de esplendor como material de fabricación de joyas. La Royal Prussian Foundry, que abrió sus puertas en 1804, era una fábrica que producía todo tipo de productos de hierro, incluyendo joyería. Las primeras piezas eran patrones geométricos de fino alambre tejido, en negro, pero la influencia neoclásica alcanzó a los diseños de joyas de hierro poco más tarde. En 1806, dos años después de la apertura de la factoría, Napoleón conquistó Berlín y confiscó los moldes empleados para fundir los medallones, enviándolos a Francia, donde comenzaron a reproducirlos. Desde entonces a 1815 es casi imposible determinar qué piezas se habían fabricado en Francia o en Alemania, ya que muy pocas piezas llevaban el sello del diseñador o del fabricante.

Desde el siglo XVIII, la joyería conmemorativa, realizada con el cabello de una persona a la que se quería recordar, fue bastante popular. Durante el periodo victoriano estas piezas no sólo se limitaron a colgantes, sino también a anillos. La técnica “hairwork” fue un paso más allá, trenzando el cabello del difunto y añadiendo terminales de oro, pudiendo servir como pulseras, collares o incluso cadenas de reloj.

El siglo XX: la joyería derriba prejuicios
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX un renombrado joyero francés, llamado René Lalique, decidió priorizar la estética por encima del material. El uso del marfil y el asta, materiales que tallaba con increíble precisión, compartían protagonismo con las gemas, el vidrio y sus fabulosos esmaltes, acompañados de metales como el oro, la plata, la plata con pátina, el cobre y el acero. Sus admirables diseños sentaron un precedente a la hora de combinar materiales de diverso valor, realzando la belleza de sus formas.

Décadas más tarde, en los años ‘60, aparecieron nuevas corrientes en el sector joyero, que favorecían el diseño de joyas con materiales sin valor intrínseco. Desde entonces, el debate acerca de qué materiales pueden hacer que un objeto alcance la consideración de “joya”, qué límites deberían imponerse, o si se trata de arte, han generado numerosos defensores y detractores. No obstante, los prejuicios acerca de los materiales y las técnicas se han ido superando en gran medida.
Destacan Emmy van Leersum y su marido Gijs Bakker, quienes enfocaban la joyería como “escultura para llevar”, nombre que recibió su exhibición conjunta en Londres y Ámsterdam (1966-67). Ambos creadores declararon que la joyería debería promover la igualdad, por lo que trabajaban con materiales como aluminio y plásticos, si bien Bakker ha comenzado, de forma más reciente, a incorporar diamantes a sus diseños, alegando que la sociedad es más igualitaria ahora que cuando rechazaron los materiales preciosos en los años 60.

Otto Künzli también creó diseños que provocaron una gran controversia. Él también rechazaba la joyería como muestra de riqueza: su brazalete “Gold makes you blind” consistía en una bola de oro completamente oculta dentro de un caucho negro. A principios de los ‘80 sus grandes broches de bloques de poliestireno cubiertos de papel para la pared motivaron un gran debate acerca de los límites de la función y las formas de la joyería.

El uso creativo del plástico llevó a varios diseñadores de joyería a combinar este con materiales preciosos en los años ‘80. Por otro lado, el uso de las fibras textiles fue objeto de atención de otros diseñadores.
El reciclaje de materiales también se hizo un hueco en el diseño de joyería: Malcolm Appleby empleaba antiguos cañones de armas y ruedas de carro para hacer anillos que decoraba con oro; Peter Chang reutilizaba recortes de letreros acrílicos y lacas de colores para crear broches y pulseras psicodélicos.

La diversidad dentro de la joyería contemporánea
Actualmente, el uso de joyería se ha democratizado enormemente. Con el uso de materiales alternativos, imitaciones menos costosas, mayor acceso a gemas a coste muy inferior al que tenían hace décadas, el abaratamiento de procesos gracias al diseño CAD, la impresión 3D y otras tecnologías, o incluso con la aparición de las gemas sintéticas, la joyería ya no queda reservada únicamente a las clases pudientes.
Por otro lado, el diseño contemporáneo es capaz de aunar sin complejos materiales nobles con otros menos valiosos, sabiendo conjugar lo mejor de ambos mundos.